La casa cuatro estaciones

 

En esta casa voy a empezar por donde no se debe hacer, por el tejado.

Entrando en una de las habitaciones, la cual quizás fuera el salón principal, la belleza de lo que persiste es inevitable. El logrado techo de escayola es digno de observar.

En el centro se puede leer: América visitando Portugal. Sostenida por una figura femenina con un arco montada en un carruaje tirado por dos extraños lagartos, ella debe representar alguna figura histórica como símbolo de América. Frente a ella, se haya un guerrero con una lanza que también debe representar una figura histórica, como podría ser un descubridor Portugués, como Pedro Alvares Cabral. En las cuatro esquinas de este llamativo techo de escayola están representadas las cuatro estaciones del año, escenificadas por tres ángeles. Llama la atención que todas las escenas tienen un fondo estrellado de color azul, el cual hace resaltar mucho más este precioso tejado de escayola, de los más bonitos que nos hemos encontrado en un abandono.

Toda esta belleza en las alturas de la sala, queda acompañada por la elegante decadencia de sus molduras, puertas, ventanas y su única estilosa pieza de mobiliario. Un sillón azul circular, propio de otra época. Sería increíble ver este salón al completo en aquella época, con la vida cotidiana que tendrían sus antiguos dueños.

En realidad este sueño de poder trasladarse a la época de cada lugar abandonado en el que entramos es inevitable viendo todo lo que aún permanece perpetuo ante el paso del tiempo.
































La casita intacta

 

El paso del tiempo pasa para todos, pero no de la misma manera. 

Nos adentramos en una pequeña casa de pueblo la cual lleva cerrada más de veinte años. Aunque no lo parezca, su aspecto exterior es de completo abandono, con un camino de acceso principal tupido por la maleza. 

Todo se mantuvo guardado intacto tras la marcha de sus dueños, quien sabe con qué razones, pero ellos ya se habían encargado de conservarlo todo lo máximo posible cubriendo los muebles con unas mantas.

Cuando nos encontramos con este tipo de escenarios, suponemos que los propios dueños ya son conscientes de que la casa va a estar deshabitada durante una buena temporada, queriendo conservar en lo posible los muebles. Pero, en ocasiones como semeja que es esta, esa temporada se convierte en eterna cuando parece que ya nadie clama por la propiedad.

Pasan los años y todo sigue esperando una perpleja llegada de vida que no llega. Nuestro respeto por el lugar es máximo, dedicándonos únicamente a ver y fotografiar la vivienda, la cual parece una cápsula del tiempo que transporta a otra época, ochentera o noventera por todo su menaje.