Atravesando pueblos, prados y caminos rurales, llegamos a los altos muros de este pazo del siglo XVIII. Uno más de esa época en la Galicia rural donde los pazos estaban estrechamente ligados al creciente desarrollo de la hidalguía, un grupo social establecido entre la nobleza y el campesinado.
Las familias hidalgas obtuvieron importantes rentas y beneficios económicos ejerciendo un papel de intermediación en la explotación de las tierras de la Iglesia, que eran trabajadas por los campesinos.
Donde ahora se ven explotaciones forestales en masa, probablemente fueran tierras de pasto y ganado pertenecientes al pazo.
Por lo que pudimos averiguar, la posesión equina estaba muy arraigada a las antiguas generaciones que han vivido en este lugar, manteniendo aun sus cuadras y extensos prados, donde aun pastan varios caballos que custodian las inmediaciones del pazo.
Una vez dentro, es como una cápsula del tiempo. A pesar del deterioro y su estado de abandono, se conserva todo el antiguo mobiliario, además de un montón de documentación, libros, cartas y revistas de la época, donde se puede percibir la inquietante vida pasada que tenían estas paredes, donde ahora solo habita el tiempo.


































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