La casa del susto gatuno


Esta es otra casa más del rural gallego que se encuentra en estado de abandono.
Las zarzas invaden la fachada exterior de la casa, lo que ya intuye el tiempo que debe de llevar deshabitada. Por lo menos unos quince años.
Con varias ventanas abiertas no fue difícil acceder. Una vez dentro, comprobamos que las humedades estaban afectando gravemente varias zonas de la casa, poco a poco deteriorando el material, que con el paso del tiempo ya sabemos como termina. Curiosamente aun se conservan muchos de los muebles y objetos de la casa. Modesta pero digna de fotografiar, con un estilo muy ochentera.

En mitad de la exploración, aun sin ver toda la casa, un fuerte ruido en el bajo nos hizo quedar helados del susto. Nos quedamos quietos y esperamos a ver que sucedía, era casi imposible que alguien hubiera allí, así que decidimos bajar con linterna en mano ya que todo estaba oscuro. Fue pisar el bajo y volver a escuchar un estruendo mientras que un gato  se nos cruza rápidamente entre las piernas. La verdad no se quien iba mas asustado, si el pobre gato que no sabía donde meterse o nosotros bajando hacia esa bodega. Lo curioso es que cuando volvimos a subir las escaleras ya para salir de la casa, el susto se repitió, el gato se nos volvió a cruzar rápidamente, quedándose fijamente mirando a como salíamos de la casa. Muchas veces los gatos no son capaces de salir de ciertos lugares abandonados, así que larga vida a la casa y al gato.
















El viejo funicular


Escondido entre la maleza del monte se encuentra la cabina de un antiguo funicular.

Básicamente funcionaba como un elevador, que por medio de tracción por cable y raíles hacía más cómoda la subida de personas a la cima de la montaña, en donde se sitúa un santuario.

Desde hace varios años fue sustituido por uno más moderno, dejando literalmente en la cuneta de la montaña la vieja cabina, en su estado original.

Bien podían recuperarlo y exponerlo en algún lugar pero de momento ahí sigue, deteriorándose con el paso del tiempo.



















El bacaladero historico


Cuaderno de bitácora: llevamos 5 meses mar adentro, los gélidos vientos del norte calan el navío que surca a barlovento aguas de Groenlandia en busca del mejor tesoro gastronómico, el bacalao.

Nos adentramos esta vez en uno de los barcos que formaba parte de la “flota blanca portuguesa”, buques de pesca que navegaron durante años en aguas de Terranova y Groenlandia.


Fue construído en 1938 en un astillero Holandés. Tenía una capacidad a bordo de 60 personas. El barco mide casi 70 metros de largo por unos 10 metros de ancho. Sus cuatro mástiles miden unos 35 metros de alto. El casco estaba diseñado para surcar aguas en difíciles condiciones de navegación, pudiendo incluso atravesar zonas de hielo cargando un máximo de 500 toneladas de bacalao. Está pintado de blanco, como el resto de la flota, para permitir el reconocimiento de los barcos portugueses, neutrales durante la Segunda Guerra Mundial por las fuerzas en conflicto.

La técnica de pesca utilizada era por medio de los Doris, pequeñas embarcaciones a remos y vela con capacidad para uno o dos hombres, desde estas embarcaciones se pescaba con palangres (anzuelos) y después descargaban en el buque nodriza.

Cada pescador intentaba pescar lo máximo posible, pues su sueldo dependía de la cantidad de capturas. La jornada de trabajo podía durar casi 18 horas al día en campañas de varios, largos y duros meses. Los riesgos que asumían estos pescadores eran muy elevados por los fuertes temporales e intensas nieblas.En invierno las temperaturas podían bajar a 30 bajo cero y por desgracia el pescado se limpiaba en cubierta, antes de llevarlo a las bodegas para salar. No era extraño que en los años cincuenta y sesenta, en aguas de Terranova, se recogieran tripulantes portugueses de Doris perdidos en el mar.

Al regresar a puerto, los barcos traían en las bodegas el llamado bacalao "verde", o sea, sin cabeza ni vísceras y salado dos veces. Los bacaladeros portugueses mantuvieron esta técnica de pesca hasta 1972.

Después de casi 40 años abandonado fue transformado en yate de recreo con el nombre de “Polynesia”, actualmente continua flotando en un estado de completa decadencia.
La exploración fue todo un éxito, no las tenía todas conmigo de poder subirme a bordo pero con un poco de maña pudimos acceder dentro del navío. El suelo de madera crujía por todos lados y el olor era la mezcla perfecta entre madera y agua salada. Me sentí con mucha suerte de poder estar a bordo de esta joya histórica del mar a pesar de no poder acceder al interior de las bodegas o cabina de mando.